I. ESPACIO AGRICOLA Y DENSIDAD FORESTAL
El soporte básico: tierra, sueño y fatiga.
La ternura es creciente: hierba y tallo, tronco y leña.
A. EL LABRIEGO Y LA MANCERA
1. Del terreno a la tierra. Naturaleza o cultivo.
Laderas o cañadas; pedregal o arcilla; montes o llanuras; risco y valle. Por todos ellos pasa el hombre la mirada y el afán.
2. Peregrinos del arado. Laboreo.
Roturación y gradeo de terrenos para usos agrícolas.
3. En una tierra mullida. Plantaciones y cultivos de suelo.
Abonado, riegos, poda, tratamientos contra plagas y otros; y así hasta la recolección.
4. Sembrador de pan y pienso. Cereales y leguminosas.
Además del trigo, pan del hombre, los cereales, junto a diversas
legumbres, ya secas, constituyen el principal fundamento de la nutrición
ganadera.
5. El mimo del hortelano. Verduras diversas y hortalizas.
Cada mañana, tiernas y frescas sus acelgas o «habicas», así como las
muchas otras «que vaya dando el tiempo», sale con ellas al mercado,
donde el ama de casa las recibe para completar del todo su mesa
familiar, cercana o distante de la huerta que la produce; aunque ciertas
legumbres, ya endurecidas por el cálido clima, precisan dejarse para
secar, y de este modo -una vez bien remojadas- puedan cocinarse
posteriormente.
6. La fruta que «sabe». Consumida en fresco.
Cada una de ellas con su propio sabor, que ha de ser logrado por esa
conjunción admirable de tierra y luna, sol y viento, agua y fatigas del
quehacer humano.
7. Y el fruto que dura. Una vez secado.
La naturaleza se prepara y predispone para que podamos tomar esa parte
de sí misma que se concentra en el fruto seco, conservando en él su
permanencia nutritiva durante largo tiempo.
8. Hecho hilado y vestido. Blancura, hermosura y blandura del algodón («oro blanco»), lino y las demás.
Suavidad natural de tales hebras, extraídas de unas plantas textiles que
arraigan y vegetan en algunas zonas soleadas del planeta, y que forman
la textura y entramado de un tejido tan usual, e inigualable, para
nuestro cuerpo.
9. La fibra que soporta. Esparto, cáñamo, yute, sisal, y muchas.
De ellas se trenza la cuerda y teje la pleita y arpillera, que habrán de
ser maroma, estera o envase, compañeros inseparables del pastor y del
labriego en su diaria y paciente tarea.
10. Como aceite y condimento. Del olivo, ¡y tantos otros vegetales!
Ingredientes necesarios que sazonan de sabor y suavidad, aquí y allá;
aunque luego puedan ser usados según hábitos y costumbres de los pueblos
donde se obtienen o consumen.
11. «Arranca y corta» el azúcar. De caña y remolacha, aparte otros orígenes.
Aquellos que tienen, dentro de sí, ese agrado vegetal donde habita la
dulzura, que laboriosamente podemos extraer para gozo del paladar,
complemento nutritivo y bienestar logrado en el quehacer humano.
12. En el vino y lo demás. Bebidas, infusiones, jarabes y zumos.
Que «alegran la vida» o sacian la sed, aparte sus mayores y apreciadas, o menores y discutidas, propiedades alimenticias.
13. «No la esperdicies». El agua. Todos sabemos de qué se trata.
Cuando baja del cielo, o al guiarla en el riego. Por su impulso, rodada;
y con esfuerzo, elevada. Elemento vital de toda planta. En algunas
zonas la lluvia es suficiente; en otras, la endémica sed precisa
embalses o pantanos que puedan retener sus siempre tardías
precipitaciones; luego, de haberlas, necesariamente habrán de ser
dosificadas a manera de hilillo insignificante. Difícil aventura para el
cuaje del fruto y su final, en una tierra dolida, y, tantas veces,
tristemente baldía.
14. Ese color que vive: azulea y hermosea en la breve ternura de los días. El prado sigue verde.
Sobre todo en la flor, ya que el tallo deja paso a la yema cuando
irrumpe y alienta un estallido de matices: gamas diversas de colorido
que presenta una tierra cubierta de abundante vegetación. Y alguna
hierba nace de modo natural; otra la siembra el agricultor para su
ganado, dándosela, cada día, recién cortada.
15. Que luego amarillea como sol y gavilla. Seca y atada.
La no consumida o sobrante hay que segarla, extenderla y dejarla, para
que, enjuta por el sol y evaporada el agua, mustio su tallo y tomado ese
pardo color que le caracteriza, puede ser agavillada.
16. Para el aliento invernal. Ensilada o almacenada.
Los haces de hierba seca, recogidos, encerrados y protegidos de lluvias y
de nieves, nos dan la seguridad de que unos animales, forzosamente
estabulados para librarse de los rigores del frío, no padecerán escasez o
necesidad.
17. Nervio y dureza -revestidos de grandeza- cuando el árbol señorea. Con sentido de permanencia.
Ahora es arbusto por lo común leñoso y en terreno abierto, que vegeta
sin cultivo, en mayoría; luego, árbol: tallo creciendo, tronco y ramas,
flor y fruto. Su vida se alarga y permanece; arraiga y se sostiene -más o
menos erguida- su figura. Llegan otoños que desnudan y primaveras que
verdean y florecen; acabando en fortaleza lo que antes fuera un brotar
menudo en su comienzo. Y el hombre sigue peregrino hacia su sombra,
donde puede hallar sostén y cobijo, ya que, siendo el árbol rey del
paisaje, una tierra sin él nos parece vacía, al tener, en sí mismo,
soporte de suelo y aspiraciones de cielo.
18. Lo que me dan ellos, al vaciar su entraña. La savia de los árboles.
Fluye de su costado un llanto que no cesa; y al llorar desprenden cada
lágrima espesa -de resina o trementina, amen de otras- que van llenando
el cuenco y la vasija, ceñidos por el hombre, para que no se pierda,
estéril, su lamento.
19. Y en esos brotes de cada rama.
Agrupados y esparcidos, ejemplares innumerables de una flora exuberante.
De toda ella sale, y en cada primavera renovado, el estallido de
sugerencias, belleza y utilidad que recibimos. Callada ofrenda que
apenas si sabemos valorar y agradecer.
20. Desprendida corteza.
Que se multiplica y expande recubriendo y preservando el amplio mundo del alimento y la bebida que precisa el ser humano.
21. O abatida reciedumbre.
Como robusto madero que adopta variadas y múltiples formas de permanente
utilidad; no exentas de buen gusto, y aun de arte, felizmente.
22. Que va llenando caminos.
Cuando llegados a su momento culminante, de tamaño y de altura, han de
ser derribados y llevados hasta muy dispersos lugares y aplicaciones; si
bien huyendo siempre de un volátil capricho para hacerlo. Que un obrar
de manera racional, en este caso, también debe mostrarse.
II. ACTIVIDAD GANADERA
Vida en movimiento: Duerme y despierta el balido.
B. DEL ZUMBIDO AL MUGIDO
1. Ejemplaridad social del instinto. Abejas.
Incesante laboriosidad del mundo de la colmena. Maravilla donde cada abeja ejerce su función específica, en el marco de un entramado que atiende al bien común de todas ellas, en su propia sociedad.
2. La pluma y su vivencia. Aves de corral y palomas.
Expresión del horizonte que nos ocupa dentro de la vivencia productiva
de unas aves domesticadas; que además se acrecienta por su belleza
expansiva, y que vemos reflejada en ese vuelo, tan cercano y alegre,
rodeando el palomar.
3. Camada en la madriguera. Conejos: padres y gazapos.
Así vive su vida un animal prolífico: el conejo. Poco exigente y
compañero habitual del entorno labriego; frecuente bocado de su mesa, y
ayuda, al venderlo en la recova, de la modesta economía campesina. Pero,
en ocasiones, el labrador sale también a cazar la liebre. Su carne
enjuta le agrada, y, además, es apreciada por muchos.
4. «De las majadas al otero». Reina el ganado lanar.
Peregrinaje continuo del rebaño: pastor, ovejas, corderos y moruecos,
con su perro fiel, agrupados en ese todo armónico de una estampa
ganadera, que va llenando, todavía, algunas tierras de nuestro suelo
rústico, entrañable.
5. El tallo tierno y el risco. Cabras. Que no siempre tienen buena prensa.
A la cabra le llaman «la vaca del pobre»; sin embargo a su alcance no
queda brote que despunte. Retoza, brinca y nadie la sujeta; pero en
ciertos terrenos hay que soportarla. Una leche de enjundia y la carne
jugosa de sus cabritillos así lo aconsejan.
6. Carga y camino. Los équidos.
Entramos en el reino de la obediencia callada donde algunos cuadrúpedos
mayores, ya domesticados, expresan y ejercitan ese vigor tan valioso y
apreciado en diversas zonas agrícolas.
7. Fortaleza del humilde. Asnos.
Un borrico recibe los palos, la carga y las migajas del aprecio; aunque
toda familia labradora sabe que se halla dispuesto, siempre, «para lo
que sea». Ignorado a veces, pero eficiente, y, además, nada exigente de
su propia comida.
8. Pausada resistencia. Mulos, sobre todo.
Terreno quebrado y montuoso. Nadie como el mulo podrá escalarlo.
Lentamente, y cargado, asciende hasta lo alto, sin acusar, apenas, la
fatiga de un esfuerzo, que tanto ayuda y sirve a esos labriegos:
apartados habitantes en altura que remansa.
9. Robusta lentitud, rauda belleza. Caballo, yegua y potrillos.
Raza y origen, pienso y pastoreo: componentes primordiales en todo
caballo de su estampa y condiciones. De ahí, su trabajo y aptitud, al
igual que su presencia, devienen distintos y aún opuestos: un arrastre
que tira del pesado carruaje, o el vuelo de sus crines galopando sueños
con avaricia de horizontes.
10. Rumiando sequedad. Así va el camello.
Espejismo del agua y de la hierba. Sin ellas, arena y polvo; dureza de
una tierra donde todo camellero sigue abriendo y dejando, huella y
«camino al andar». Porque nadie resiste, como el camello, carga y
labores que mitiguen la pena del agricultor enjuto, y a veces viajero,
pero abrasado siempre por la sed.
11. En las alturas andinas. Llamas, alpacas y vicuñas. El guanaco.
Por aquella cordillera de los Andes, donde habita, pace del pasto frío y
se traslada, con su modesta carga, esa llama viajera; la que siguen
utilizando, todavía, el aimara o el quechua de este siglo. Y de su lana
se visten, aunque jamás se olviden de la mayor finura que le prestan la
alpaca y la vicuña, en ese privilegio de altitudes y pureza, donde
reside el aire que mejor se respira, y ese cielo que «ya se toca».
12. Bravura y mansedumbre. Un reinado de labor. Y el venero destilando. Vacuno: lidia y trabajo, carne y leche.
Silueta y señorío del campo y la dehesa; castas y cruces para la
embestida. Y a los que no destacan, así como al ganado diferente, queda
un final sabido: carne de matadero; que vale tanto más cuanto menos
«hierbas» -medidas por años- ha pastado. Ayunta bueyes o vacas. Aunque
son lentos, ninguna otra pareja tiene su empuje y su poder, ahondando y
arrastrando la recia vertedera; al igual que llevan la carreta, con su
más pesada carga, en toda tarea campesina o huertana. «Al crear la vaca
Dios hizo la leche». Su paciente pastoreo los fríos estabulan; y en las
tierras de poca lluvia dicha estabulación es permanente. En todo caso
las ubres se llenan y el ordeño las vacía. Déjame, vaquero, que te dé un
abrazo.
13. Elocuente «pata negra». Cerdos.
Dicen que hasta las pezuñas se aprovechan del cerdo. Y aunque algunos le
llamen «marrano» yo me agarro a su pata -del color que sea-; porque
habiéndose criado en abierta montanera, e incluso en cochiqueras de
pienso diferente, pocas cosas podrían mejorar ese bocado que con
fruición y regusto saboreo.
14. ¡Dónde habrá mayor fineza! El gusano de seda.
Envoltura y caricia de un gusano que saca de su vientre la finura para
encerrarse en ella y transformarse. Luego, el hombre deshace aquel
sedoso capullo, y llega, por el hilo, hasta un tejido que abrió desde el
Oriente la «ruta» de su nombre. Antaño su crianza fue vivencia gozosa
en la huerta murciana, al igual como también la hubiera en otras. ¿Sería
conveniente reanudarla?
15. Entre hierbas, babeando. Los caracoles.
Ha cesado de llover, y el caracol, saliendo de una estática quietud,
comienza su andadura. El tiempo y la ocasión le permiten deslizarse
buscando su alimento; así ofrece, ahora, el momento apropiado para
distinguirlo mejor. En mi aldea labriega era una fiesta salir «a coger
serranas»: ese caracol -típico de secanos y de laderas de sierra – tan
poco frecuente y gustoso como ninguno.
C. Y DE TANTOS, ¡CUÁNTO!
1. Se queda el pellejo en cueros. Con su piel curtida, para poderla usar.
De toda clase y condición es la piel de animales domésticos: finura o
reciedumbre, color y resistencia; ya sea desnuda, o guardando lana y
pelo. Curtida, luego, siempre se le ha dado el uso, aunque ahora
derivemos al abuso, para tal vestidura o para tales múltiples objetos
que con ella elaboramos.
2. En la carne y en las ubres. Animales de sacrificio y de ordeño.
En todo tiempo y lugar la carne ha sido alimento humano. Cría ganado el
hombre para ello; y lo continuará criando y consumiendo. Otro tanto
diremos de la leche: universal aliento que chorrea de las ubres, en el
ganado vacuno -ya referido-, como en las de lanar o cabrío; y aun la de
burra, muy apreciada -aunque no lo parezca- en diversas regiones, de
diferentes latitudes.
3. En «la puesta» y en la pluma. Aves ponedoras, y revestidas de suavidad.
Aquí dicen que «por la Encarnación toda ave pon»; y que los huevos valen
hasta tanto la hembra no se quede clueca; entonces se dedica, maternal y
solamente, a cubrirlos con su cuerpo, y a cuajarlos para que salga, de
cada uno, ese pollito gracioso que llevan dentro. Y su pluma, esparcida
por horizontes de colorido y adorno, y derivando, además, hacia otros
muchos, incluido el antaño sublime de la escritura.
4. En la cera y en la miel. La constancia dando frutos.
De cada panal continúa manando esa dulzura que mantiene y aporta tan
alto contenido nutritivo, logradamente vital para todo lo humano, y
especialmente manifiesto en esa natural debilidad del anciano. Además,
ese complemento y sedimento habido en la blancura escondida de su hogar,
que habrá de ser, mañana, soporte necesario de una luz que permanece
como el vigía en la tiniebla: enhiesto, imperturbable y compañero,
despierto y cálido.
5. Hebras que acarician abrigando. De lana es mi bufanda.
Toda fibra natural tiene su propiedad o virtud. Ahora, en primavera,
cuando llega el esquileo de las ovejas, dentro del quehacer pecuario,
abunda por los campos su cosecha de lana: calor para el frío invierno,
de toda persona y de todo pueblo.
III. NECESARIO COMPLEMENTO
D. EL CARRO QUE TE LLEVA
Para seguir rodando y recreando esas veredas tuyas: nervio y calor del suelo rural, enganchando y desenganchando, en esa diaria monotonía de un callado quehacer.
1. Cuando, tú, aparejas, arreas y encaminas: atando y soltando; valiéndote y usando. En carruaje menor, y en la carreta.
El horcate y la zofra, la cabezada y la retranca, amén de otros arreos,
que precisa toda bestia para tirar del carro de un afán, donde camina la
vida, tu vida labriega.
2. De lucero a lucero. Del alba y vespertino. Por carriles y cañadas; rastrojos y barbechos; de sol a sol y cuando está «llosquico».
Porque todavía no se ha hecho para ti esa máquina que regule y encasille
las horas del campo ; ya que la hortaliza y la fruta, la hierba o el
ganado, la siega y su acarreo -al igual que toda otra faena
transportando- llevan y mantienen su ritmo propio, donde apenas cabe el
sendero encajonado de un reloj.
E. DEL APERO A LA VASIJA
1. Herramienta de mano, y esa máquina pequeña. Arados y azadas; rastrillos y podaderas…Podar, labrar, cavar, injertar y un ciento más de verbos, todavía.
2. El capazo con su carga. Y la sera, y la espuerta.
Envases diversos, según lugares de producción y peso del contenido, para
recoger, mantener y trasladar los frutos de la tierra: presencia viva
de un esfuerzo que, por lo duro, te resulta inacabable.
3. Y la tinaja llena. En el reino de la vasija.
Reposan vino y aceite en las tinajas, esperando pacientes su salida
hasta que, llegado el día, les acerquen o lleven a los rincones del
mundo.
F. DEL LLANO A LA QUEBRADA, Y SU «CALOR» DE ALDEA
1. La senda del campesino. Trochas, veredas y caminos.
El labriego sale de su horizonte habitual; precisa ir al poblado donde
compra y vende. Hay un camino para el carro, pero, yendo sin él, la
trocha o el atajo le ahorran pasos. La ciudad es otra cosa. Al estar
alejada pocas veces la visita; si bien, cuando lo hace, utiliza otro
medio más ligero, por aquello del tiempo que pierde, haciéndole falta.
2. Hasta volver al terruño. Acabado el trabajo y al venir del mercado.
Ya está en su propia casa. Junto a ella la cuadra y los corrales;
laderas del monte cercano; bancales y rastrojeras; un regato adonde
lleva su ganado para beber, y el vecino próximo. La ermita y la escuela,
el médico y la tienda los tiene a media legua. Y aunque ahora ya
disfruta de la luz eléctrica, todavía le pesa mucho tanta soledad.
3. Donde arraiga el afán. En el hogar y en «su tierra».
De toda la vida y de toda la familia campesina. Labores, cultivos y
ganado llenan su quehacer, saturado de ilusión por la cosecha. ¡Cuánta y
cómo será, y, sobre todo, qué percibirá por ella!
4. En el mismo entorno. Casa de labor, y aldea.
Donde caben oficios y quehaceres: agrícolas, ganaderos y forestales. Y todos ellos le pertenecen como propios, antes y ahora.
5. Y en su propia cercanía. Pueblos y poblados que le rodean.
Extiende el campo sus efectos e influencia hacia muchas otras
actividades, de las que, al apoyarlas, también él recibe cumplida
reciprocidad; situación que se manifiesta, con plena nitidez, en esos
pequeños núcleos de población en el espacio rural.
6. Que llega hasta muy lejos. Ciudades distantes y centros de consumo.
Y al igual que sus productos se expanden, así ocurre con otras muchas
ocupaciones u oficios que, aun estando distantes, se relacionan
estrechamente con aquellas que muestran claramente su carácter agrario, y
que les sigue vinculando.
G. SI EL DERECHO MENGUA, LA CARGA CRECE
1. Marginación rural: agrícola y ganadera. Permanente y escasa valoración de sus productos.
Aunque más o menos acusada -y variando según períodos- la incomprensión
existe siempre. Ello se traduce más claramente en el bajo precio que
presentan las producciones agrarias en sus lugares de origen.
2. La unidad: fortaleza que destierra un lamento. Si los agricultores se agrupan.
El agricultor, como el ganadero, suele buscar una redención paternalista
-la de «papá Estado»-, sin darse cuenta de que solamente puede hallarla
uniéndose a los que padecen como él. Cuando decida cooperar con los
suyos en una sociedad concreta y propia, nadie en ella debe serles
ajeno, especialmente aquellos empleados que lo sean de modo permanente.
Aquí no caben asalariados sino partícipes. Para poder triunfar todos han
de ser socios, es decir, compañeros ilusionados en una empresa común.
Desde siempre, en estas olvidadas parcelas del sector primario, ha
servido de muy poco la expresión, triste y humilde, de las
lamentaciones. Pueden llegar, a veces, algunas ayudas -por lo demás
justas-; pero no debemos olvidar nunca que quien viva del favor estará
siempre agonizando. El camino que permite avanzar ha de ser otro. Por
él, y a medida que más lo consolide, encontrará el campesino aquello que
en una recta justicia distributiva le corresponde.
H. «PESO Y MEDIDA CONSERVA AMISTAD»
1. En las tierras de aquende: costera, llano y serranía. Regiones españolas.
Atenidos, siempre, a usos y costumbres de las mismas.
2. Y en las naciones de allende donde pervive nuestra manera. Hispanoamérica, sobre todo; y en Filipinas, numerosos vestigios.
En todos los pueblos, normalmente, el valor de un producto lo viene
precisando el mercado, como clara expresión de la oferta y la demanda,
según su propio peso, su medida y su moneda. Habrá distancias,
diferencias o matices, pero, en cada lugar, los interesados en una
transacción coinciden defendiendo sus intereses: comprar y vender, pesar
y medir, pagar y cobrar. Hasta un analfabeto aprende, pronto, que haber
cobrado constituye la parte final y más importante de toda compraventa.
IV. LA EXPRESION DE LOS SENCILLOS
1. Inquietudes comunes. Cultivo: inclemencias, plagas, impuestos y gastos. Mercados y precios.
Preocupa por igual, crianza y cosecha; el riego que no llega, y la noche fría; como el fruto que no cuaja, y el que tira un pedrisco. Al final, si el hogaño no es bueno, siempre queda la esperanza del que viene. Y así pasan su vida, callada y oscura, sencilla y profunda. honesta y laboriosa, estos hombres ignorados, que no ignorantes.
2. La palabra que nos une. Mediante signos inteligibles.
En la comunicación agrícola o ganadera los conceptos de cualquier
objeto, situaciones y motivos, son expresados siempre con una
terminología comprensible para todos, aunque habiten lugares
distanciados o remotos. Nuestra lengua española y su riqueza de vocablos
es un referente amplio, extenso y del todo aglutinante. Añadamos las
usadas en otras nacionalidades y regiones de la hispania diversa, y
común a su vez.
3. En el hogar y el empeño. Sentimientos compartidos.
Es el santuario familiar donde cada miembro conoce mejor a los demás:
cómo piensan y qué sienten; lo que desean o quieren; y qué cosa les
ocupa o preocupa. El aliento y el apoyo para salir adelante es aquí
mayor y más sincero que en ninguna parte.
J. DE PIEDRA O DE BARRO
1. El ajuar entrañable. Muebles y ropas, utensilios y vajilla.
Aquel que trajo la joven esposa y el que han ido incorporando a lo largo de toda su andadura conyugal. Parece que tienen vida cada mesa y cada silla; al igual que la cama y el armario, y la ropa de todos. Para ellos, «lo suyo» tiene más calor y más valor -medido en sentimientos- que todo lo demás.
2. La costumbre se hace vida. En épocas pasadas y en poblados de hoy.
Especialmente se nota en esas manifestaciones sencillas que vienen
expresando las gentes del propio terruño, donde la tradición de sus
mayores es algo consustancial, que vibra y se transmite a cada nueva
generación que les vaya sucediendo.
3. Cuando el gozo se comparte. Canto, música y rondallas. Afanes de tierra y de vida.
En ese acervo cultural que cada pueblo y en todo tiempo lleva impreso,
en su más hondo sentido, cuando canta, baila o improvisa, al ritmo de
una música popular, donde se viven alegrías de cosecha y de recolección,
de siembra o de trilla, de ronda y de bodas; coronadas, siempre, con
sus fiestas patronales, en las que cada rondalla, juvenil o de mayores,
muestra ese folclore: abierto, sencillo, inigualable.